Mód 3: Lectura introductoria
El módulo anterior lo dedicamos a examinar la situación política en América Latina y una de las conclusiones a la que llegamos es que la democracia se ha ido consolidando a lo largo y ancho del continente. A la vez exploramos algunos retos de la actualidad en países concretos y vimos cómo algunos de estos desafíos están relacionados con enmendar cuestiones ancladas en el pasado. En este módulo vamos a revisar parte de estos acontecimientos históricos con el fin de entender mejor la sociedad actual.
A lo largo del siglo XX las turbulencias políticas en Latinoamérica fueron numerosas y variadas. Si buscáramos el origen de todas ellas, probablemente, nos tendríamos que remontar a la llegada de los españoles y a la subsiguiente conquista. El choque entre las civilizaciones fue brutal, con consecuencias traumáticas para los pueblos originarios. Cuando a principios del siglo XIX se produce la independencia de España, es difícil para las naciones latinoamericanas, en formación en ese momento, constituir gobiernos estables. Lamentablemente, se van sucediendo gobiernos en los que la figura de un dictador (o caudillo, como eran denominados en el pasado) aglutina el poder en un país sin ser capaz de dar solución a la desigualdad heredada del dominio español. Es más, estos gobiernos dictatoriales perpetúan y acentúan la brecha social y económica en la población: hay un gran número de campesinos sin tierra para cultivar, un alto índice de analfabetismo, condiciones de pobreza extrema, etc. Además, algunas potencias como Estados Unidos establecen en esos países latinoamericanos compañías dedicadas a la explotación de sus recursos naturales y favorecen a estos gobiernos autoritarios para así garantizar sus intereses económicos en la zona.
Sin duda, los grandes acontecimientos del siglo XX en Europa tuvieron un gran impacto en Latinoamérica. Uno de estos fue el triunfo de la revolución rusa; y con esta, el marxismo, el comunismo o el socialismo arraigan ideológicamente en grupos de intelectuales y universitarios que los promueven como alternativa para superar la gran desigualdad social antes mencionada. La Segunda Guerra Mundial, y la posterior Guerra Fría, será el otro gran acontecimiento determinante en la política hispanoamericana. El pulso que mantienen la Unión Soviética (URSS) y Estados Unidos encuentra un escenario idóneo en el desarrollo de los países de América Latina, y el temor a la difusión de las ideas marxistas, comunistas o socialistas llevará a Estados Unidos a intervenir en la política de sus vecinos de una forma soterrada con importantes repercusiones en los gobiernos locales.
Un ejemplo concreto que podría ilustrar lo expuesto hasta el momento sería el caso de Guatemala. Jorge Ubico había sido elegido presidente en 1931 en unas elecciones con un único candidato, y gobernaba el país de una forma autoritaria. Además, era protector de los intereses económicos en la zona de una compañía norteamericana, La United Fruit Company (o “la Frutera”, como popularmente se la conocía). En 1944 los intelectuales, especialmente estudiantes y maestros con ideología de izquierda, se unen al pueblo y con la ayuda de algunos militares llevan a cabo lo que se conoce como la Revolución de Octubre, con el fin de convocar elecciones presidenciales libres en 1945. Como resultado, se produce un cambio de gobierno y el profesor Juan Arévalo se convierte en el nuevo presidente. Años más tarde, Jacobo Arbenz Guzmán gana las elecciones de 1951, y comienza a realizar una reforma agraria para dar la tierra a los campesinos, la cual entra en conflicto con los intereses de la Frutera. Ante tales medidas, se produce una reacción contraria y Castillo Armas, exiliado en El Salvador y ayudado por Estados Unidos, da un golpe de estado en 1954 ante el cual Arbenz dimite y se exilia. Comienza aquí un gobierno autoritario nuevamente que elimina todas las medidas progresistas iniciadas por Arbenz.
Otro caso ilustrativo, y bien conocido es el de Cuba, gobernada por Fulgencio Batista en la década de los cuarenta y cincuenta. Batista era un líder autoritario asentado en el poder que gobernaba en favor de las clases sociales más acomodadas. Un grupo de cubanos exiliados en México, entre los que se encuentran Fidel Castro y su hermano Raúl, consiguen organizar un grupo guerrillero para invadir Cuba y liderar una revolución armada. Esta revolución es secundada por el pueblo y termina triunfando con la expulsión del país de Batista. Comienza así un régimen nuevo en 1959 en el que Fidel Castro se convierte en una figura política clave, representante de la tensión entre la ideología de izquierda y de derecha en todo el continente.
Lo sucedido en Cuba durante las décadas posteriores es de fundamental importancia para otros países, pues se contempla la posibilidad de que la lucha armada sea una alternativa viable para alcanzar el triunfo de la izquierda, que propugna acabar con la desigualdad endogámica de la sociedad. Lógicamente en esa época no se sabía aún cómo evolucionaría el régimen de Castro en años posteriores.
Así, en el continente surgen grupos de extrema izquierda que aspiran a la revolución o que no tienen miedo a una lucha armada. Algunos de estos grupos son las FARC en Colombia, los Tupamaro en Uruguay o los Montoneros en Argentina. Estos grupos, según el prisma con el que se miren, serían considerados terroristas o revolucionarios. Al mismo tiempo, algunos de los gobiernos de estos países crean grupos paramilitares clandestinos que intentan luchar contra estos de forma ilegal, provocando el caos en la sociedad. Asimismo, el ejército en estos países culpa de la inestabilidad social a los grupos de izquierda y justifica golpes de estado militares para hacerse con el poder y de esta forma, establecer regímenes dictatoriales.
Muchos de estos regímenes dictatoriales latinoamericanos tuvieron un modus operandi más o menos similar. En la mayoría de los casos, el gobierno actuaba ilegalmente y en la clandestinidad, y usaba al ejército o a las fuerzas policiales para llevar a cabo acciones criminales como el secuestro, la tortura o el asesinato de miles de ciudadanos que desaparecían sin dejar rastro. Estas acciones tenían como objetivo reprimir ideas políticas contrarias a las del régimen, y dejaban a los familiares de estos desaparecidos sin saber qué les había sucedido o dónde estaban. Esta situación no solo afectó a un país de manera aislada, durante los años setenta, encontramos dictaduras militares en Bolivia, Paraguay, Uruguay, Argentina y Chile en las que sus servicios de inteligencia colaboraban para perseguir y/o eliminar a todos aquellos que fueran considerados “subversivos” en sus respectivos países. Esta colaboración se conoce como el Plan Cóndor.
El caso de Chile es significativo e ilustrativo, pues desde su independencia había contado con una tradición democrática importante, a pesar de la tendencia al autoritarismo de sus vecinos. Las elecciones de 1970, altamente polarizadas, las ganó Salvador Allende con su partido de izquierda, Unidad Popular. Aunque no consiguió la mayoría absoluta, Allende logró la presidencia del país gracias a una coalición. Una vez en el poder, decide llevar a cabo medidas socialistas tales como la nacionalización de las minas del cobre o de grandes extensiones de tierra para realizar una reforma agraria. Esto genera un gran malestar entre las altas clases sociales, y se incrementa el grado de polarización social. El resultado de esta insatisfacción concluye el 11 de septiembre de 1973 con el golpe de estado del general Augusto Pinochet y con el asalto y bombardeo al Palacio de la Moneda, residencia presidencial, donde se encuentra Allende. En los días posteriores al golpe de estado hubo miles de detenidos de forma ilegal que fueron llevados al Estadio Nacional de fútbol, donde en muchos casos nunca más se volvió a saber de ellos. Se calcula que durante el mandato de Pinochet, que se extiende por casi dos décadas, más de 29.000 personas fueron torturadas y más de 3.000 desaparecieron, siendo estos crímenes justificados por el régimen como algo necesario para liberar a Chile del comunismo. En 1988 se realizó un plebiscito en el que se le pregunta a los chilenos si autorizan a Pinochet a continuar en el poder por durante ocho años más, en contra de lo establecido en la Constitución de 1980 elaborada por la propia dictadura militar. Los chilenos votan “no”, lo cual inicia el proceso de democratización que culmina en 1990, con unas elecciones libres y con Pinochet fuera del gobierno. Sin embargo, en esta nueva democracia no se evalúa lo ocurrido durante los años de la dictadura. Tuvieron que pasar otros ocho años para que, en 1998, un juez español abriera una causa judicial acusando a Pinochet de genocidio, lo cual permitió que fuera arrestado cuando estaba de viaje en Londres.
A partir de este momento, se abrieron nuevas causas en su contra, pero no llegó nunca a ser juzgado debido a que murió en el 2006. Chile ha continuado rigiéndose por la Constitución de 1980, elaborada bajo la dictadura militar de Pinochet hasta el 2022, año en el que ha empezado a redactar una nueva constitución.
Tal y como se ha visto, la historia reciente de América Latina no ha estado exenta de episodios convulsos y determinantes para sus naciones. Las dictaduras militares y las revoluciones sociales han marcado profundamente la identidad de los latinoamericanos en todos sus ámbitos y valores, y continúan hoy día abriendo debates sobre la manera en la que deben afrontarse las consecuencias que generaron.
Ante este tipo de acontecimientos traumáticos, uno se podría preguntar: ¿puede existir una sociedad equilibrada hoy día sin haber asumido el pasado? ¿Se deben encontrar formas para compensar a las víctimas de esos regímenes? ¿Cómo se puede reparar la historia desde el momento presente?